Otoño en Sauce Pintos
Otoño en Sauce Pintos
Los días de otoño amanecen
fríos y las hojas de los árboles se tiñen de un color ocre amarillento. Pronto
dejarán un colchón en el patio que barreremos y quemaremos, en una actividad
que es casi un juego. A mí me gusta jugar donde caen las hojas. El crujir que se
siente es muy divertido. Con mis
hermanos después que juntamos en una gran parva, de esas hojas secas y
crujientes, nos tiramos arriba. Quedamos llenos de hojas secas pegadas en todo
el cuerpo y con el pelo alborotado. Nos divertimos juntos con esa inocencia de
la infancia.
Mi padre hace fuego todas las mañanas en el fogón que
hay en la cocina y toma mate amargo con una pavita enlozada color azul de
Prusia, creo que decía mi mamá, que le gustaba saber el nombre de todos los
colores. Me gusta verlo, es un padre imponente, con autoridad. Pero sabio y
bueno. Me gusta sentarme en su pierna izquierda, esa es la mía. Mi hermana y yo
usamos sus piernas, una para cada una, para que nos tenga alzadas. Yo le rodeo
la cabeza con mis brazos pequeños y me quedo allí en su hombro fuerte,
protegida. Esa imagen me acompaña en momentos de tristeza. El, dejando que mi
cabeza se recueste en su fuerte hombro, abrazada y abrazando. Creo que sus dos
mujercitas eran sus regalonas, siempre nos llevaba de la mano a cualquier lado
que íbamos. En cambio los varones, iban con mi mamá.
Es un padre presente y
trabajador. Mis últimos recuerdos de él, son un cumpleaños número nueve. Se
había enfermado, y lo habían operado en Paraná. Desde allí llego con mi madre a
la casa de Sauce Pintos, con una torta de chocolate para mí. Ya lo habían
operado y estaba delgado y blanco.
Ese recuerdo perdura en mí
siempre. Mi padre entrando a la casa con la torta bañada en chocolate entre sus manos, Una torta
que había preparado mi mamá que lo acompañaba y venía con él. No recuerdo
cuanto se quedaron, pero tengo la idea que fue una visita. Nosotros, los chicos
estaríamos al cuidado de mi abuela Leti, pero no lo recuerdo. Era septiembre,
tres meses antes de que partiera definitivamente. Recordando estos momentos,
siento que corren silenciosas unas lágrimas por mis mejillas, y que una congoja
me aprieta el alma… fueron tiempos de mucha tristeza y de cambios que se daban
sin darnos cuenta.
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